Como polillas hacia el fuego: la trampa del gozo inmediato

Una polilla no “quiere” morir. Sin embargo, su instinto de seguir la luz —guía ancestral para navegar la noche— la lleva a una trampa mortal cuando encuentra una lámpara o una llama.
Así también el ser humano moderno, abandonado a la lógica del goce inmediato, vuela ciego hacia destellos disfrazados de promesas: relaciones exprés, placeres efímeros, éxitos de cartón.

Giorgio Agamben sugiere que el hombre moderno ha sido reducido a una vida desnuda, donde solo subsiste la biología y el deseo sin dirección.
Su existencia se convierte en un agujero negro insaciable: un vacío que succiona todo intento de sentido y lo transforma en mera administración de impulsos, en una cadena infinita de carencias que nunca se colman.

Stefano Abbate lo advierte con crudeza:

“El deseo contemporáneo no es hambre de plenitud, sino hambre de hambre.”

No buscamos ya lo que puede colmarnos, sino aquello que prolonga el deseo mismo. Consumimos para mantener viva la sensación de necesitar.

Esta cultura del deseo desenfrenado ha normalizado una forma de egoísmo sutil, que muchos no identifican como tal.
La prioridad de la satisfacción personal inmediata no se vive como maldad, sino como “autenticidad”, “autocuidado”, “libertad”.
Pero sus efectos son devastadores: disuelve los vínculos reales, socava la confianza, transforma la comunidad en un mercado de oportunidades efímeras.

Agamben señala que en este estado vivimos en una excepción permanente, sin estructuras estables de sentido, tomando decisiones al ritmo de los impulsos.
Y Abbate sentencia:

“Donde falta el amor verdadero, el amor se disfraza de deseo. Y el deseo, sin verdad, se convierte en enfermedad.”

Como la polilla, no somos culpables de buscar luz.
El drama comienza cuando confundimos el fuego que devora con la luz que guía.

La verdadera libertad no está en volar hacia cualquier destello, sino en discernir:
¿esta luz me orienta… o me consume?