El Legado de Sauron: ¿Vivimos en su Mundo?

Este post marca el inicio de una serie dedicada a explorar la obra de J.R.R. Tolkien desde su profunda visión católica. A lo largo de esta serie, abordaremos no sólo las historias icónicas como El Señor de los Anillos, El Hobbit y El Silmarillion, sino también aspectos biográficos y el trasfondo filosófico y espiritual que influyó en su obra. ¡Sigue leyendo y acompáñanos en este viaje por la Tierra Media y más allá!


¿Vivimos en el mundo de Sauron?

Cuando pensamos en Sauron, el villano omnipresente de El Señor de los Anillos, imaginamos a un ser oscuro, lleno de ambiciones desmedidas, dispuesto a someter al mundo entero bajo su voluntad. Su insaciable deseo de control, representado en el Anillo Único, lo convierte en el arquetipo de la tiranía absoluta: un poder centralizado que no solo domina, sino que consume. Su vigilancia incesante y su capacidad para corromper a los más nobles de corazón hacen de Sauron una amenaza no solo física, sino espiritual.

¿Qué si te dijera que el mundo actual tiene más de un parecido con la visión de Sauron?

¿Qué pasaría si Mordor no fuera solo un lugar ficticio, sino una advertencia de lo que sucede cuando los individuos de una sociedad priorizan la búsquede de una sola faceta de su ser —la carne– y se olvida de la dimensión espiritual? ¿Y qué pasa cuando en si dimensión material el individuo solo busca el placer banal y constante en detrimento de su carácter?

Mordor no surge de la nada; es el resultado de una cadena de decisiones y corazones envenenados, donde los deseos egoncéntricos de diversos individuos y el rechazo a lo trascendente terminan desembacando en beneficio de la oscuridad.

Veamos algunas analogías sorprendentes (y un poco inquietantes), porque quizá, sin darnos cuenta, vivimos en una realidad donde el “Ojo” está más presente de lo que imaginamos.

1. El Ojo que todo lo ve

El Ojo de Sauron no es simplemente un ojo. Es la encarnación del control absoluto, vigilando cada movimiento, tanto de sus enemigos como de sus aliados. En nuestro mundo, este papel lo desempeñan diversas tecnologías: desde las cámaras de seguridad y los dispositivos inteligentes hasta la recolección masiva de datos. Cada clic, cada palabra y cada compra son observados por corporaciones y gobiernos. Si supieras cómo utilizan tu información, y lo que podrían hacer con ella en el futuro, probablemente abandonarías las redes sociales de inmediato. Sin embargo, lo más alarmante es que, al utilizar estas tecnologías, sin cuestionarlas, estamos contribuyendo, de manera inadvertida, a fortalecer una versión moderna de Sauron en algún lugar del mundo.

2. Un mundo homogéneo, un orden único

La homogenización es una herramienta poderosa para eficientizar procesos, especialmente cuando el objetivo es el control y la subyugación de los individuos. En el caso de Sauron, su visión no admitía diversidad ni autonomía. Su orden requería la eliminación de culturas, tradiciones y libertades individuales. Todo debía someterse a su dominio único y absoluto, donde no había espacio para el florecimiento de la diversidad. Cada cultura o tradición que persistiera era vista como una amenaza a su poder.

En nuestra realidad, la globalización, si bien ha facilitado la conexión y el intercambio cultural, también ha propiciado un fenómeno similar: la erosión de tradiciones únicas en favor de una cultura globalizada, orientada hacia el consumo estandarizado. La diversidad cultural, que alguna vez fue fuente de riqueza y sabiduría colectiva, se ve desplazada por un modelo donde las mismas marcas, los mismos estilos de vida y los mismos ideales se promueven a nivel global.

¿Adónde van los hobbits, con sus canciones, banquetes y comunidades cercanas, cuando todo el mundo usa jeans de fábrica y escucha los mismos playlists en Spotify? Lo que en un principio puede parecer práctico o moderno tiene un precio alto: la pérdida de aquello que hace únicas a las personas, las comunidades y sus historias. En este sentido, la globalización se convierte en una herramienta de Sauron contemporáneo, al reducir al individuo a un engranaje en un sistema masificado, eliminando las raíces y vínculos que lo conectan con su identidad.

Tal como en Mordor, donde las fábricas eran símbolos de destrucción y uniformidad, el mundo moderno también enfrenta el peligro de convertirse en un lugar donde lo diferente es desechado y lo uniforme es exaltado. En el proceso, perdemos lo que nos hace humanos: nuestra capacidad de crear, celebrar y preservar la tradición.

3. El poder corrompe

El Anillo Único no solo representaba el poder absoluto, sino también la capacidad de corromper incluso a los corazones más nobles. Desde Isildur, quien no pudo destruirlo, hasta Boromir, quien sucumbió a su influencia, nadie era inmune a su veneno. En nuestro mundo actual, ese poder absoluto se manifiesta de muchas formas: políticos obsesionados con el control, líderes corporativos cegados por la codicia o influencers cuya búsqueda de validación en forma de fama y dinero les hace perder de vista tanto su humanidad como su espiritualidad.

Sin embargo, la corrupción no solo viene del poder en su sentido tradicional. En la sociedad moderna, el individuo no siempre busca el poder, pero sí persigue otras cosas que igualmente lo corrompen. Una de ellas es la libertad, o más bien, una falsa versión de esta: el libertinaje. La búsqueda perpetua de placer personal y banal se presenta como un ideal de realización, cuando en realidad solo encadena al individuo a sus deseos más egoístas.

Esta búsqueda de placer convierte al individuo moderno en un ser incapaz de comprometerse con valores duraderos. Huyendo de las responsabilidades, de las relaciones significativas y del daño que sus acciones pueden causar a otros, encuentra en su “libertad” una justificación para eludir el esfuerzo, el sacrificio y la conexión genuina con los demás. Pero esa libertad no lo libera: lo esclaviza. Se convierte en un aliado inconsciente de la oscuridad de Sauron, perpetuando su dominio a través de la fragmentación de los lazos humanos y la exaltación de un gozo vacío.

Así como el Anillo Único daba a su portador una falsa sensación de poder y control, inflamando su ego, esta “libertad” moderna otorga al individuo un poder ilusorio: el de vivir solo para sí mismo, al día cada día, sin ton ni son, sin considerar el impacto de sus acciones. En su búsqueda de satisfacción instantánea, alimenta la maquinaria que deshumaniza, destruye y divide, ayudando a consolidar el sueño de Sauron, donde todo es uniforme, controlado y carente de verdadero significado.

4. Bienvenidos a Mordor

Imagina por un momento que despiertas en Mordor, ese lugar donde todo parece estar envuelto en sombras, fuego y desesperación. No es solo el paisaje lo que aterra, sino la atmósfera moral que domina el lugar. Mordor no es simplemente un territorio; es una manifestación del alma que se ha alejado de su Creador, Eru Ilúvatar, del mismo modo que nuestra sociedad actual se ha apartado de Dios.

Mordor no surgió de la nada. Fue moldeado por las manos de quienes abandonaron la luz, quienes optaron por someterse a Sauron en lugar de resistirlo. Nuestra sociedad tampoco llegó al estado actual por azar. Como comunidad, hemos elegido reemplazar la guía de Dios por una brújula quebrada que apunta hacia el materialismo, el relativismo, el hedonismo, el nihilismo, etc. En Mordor, los orcos no solo son esclavos, sino víctimas de una transformación que los ha despojado de su humanidad (o lo que fuesen). Hoy, muchos seres humanos se enfrentan a una esclavitud menos visible pero igualmente devastadora: la de un corazón desconectado de lo trascendental.

En Mordor, no hay lugar para la belleza verdadera, solo para la utilidad fría. De manera similar, nuestra sociedad, al alejarse de Dios, ha reducido lo sublime al simple entretenimiento, y lo bello al placer efímero. El arte, la cultura y las relaciones humanas, que deberían ser reflejo de lo divino, son frecuentemente distorsionados en herramientas para satisfacer la carne y el ego.

Los orcos de Mordor no son culpables por completo de su servidumbre; han sido moldeados así por el poder corruptor de Sauron. Sin embargo, los hombres, tanto en el mundo de Tolkien como en el nuestro, tienen una elección. Hoy, muchas veces escogemos, no un tirano externo, sino a nosotros mismos como nuestros propios “Saurons”. Hemos cambiado la adoración al Creador por la idolatría del yo, persiguiendo nuestra voluntad sin reconocer sus límites ni sus consecuencias.

En Mordor, la tierra misma rechaza la vida, al igual que nuestras almas rechazan la vida eterna cuando se alejan de Dios. Este alejamiento nos empuja a vivir en la mentira, negando nuestra verdadera naturaleza como hijos de un Creador que nos llama a la verdad y el amor. Hemos construido un Mordor interno, donde cada decisión que excluye a Dios nos acerca un paso más a las sombras.

Eru Ilúvatar deseaba un mundo lleno de armonía y luz, donde cada criatura encontrara su propósito en la verdad (su aportación en la gran sinfonía de Eru). Del mismo modo, Jesús vino al mundo para restaurar esa armonía perdida. Pero nuestra sociedad, como Mordor, ha preferido construir su reino sobre cimientos de ceniza, dejando de lado el evangelio y abrazando una moralidad que glorifica el pecado y la autocomplacencia.

En el mundo de Sauron, el propósito no es solo la dominación, sino la ofuscación del mundo que Eru Ilúvatar y los Valar crearon. Su deseo es distorsionar la belleza y el orden divinos, reemplazándolos por una visión sombría y controlada, donde la luz y la libertad no existen. En la misma línea, nuestro mundo moderno, al perseguir ídolos como el poder, la fama y los placeres banales, busca despojarse de su conexión con lo trascendental. Así, el vacío que intentamos llenar con placeres banales o cosas materiales es una manifestación de nuestra desconexión con lo divino. En la desesperada búsqueda de satisfacción, hemos dejado de ver la realidad más profunda, la que solo puede ser restaurada por la guía de Dios.

Esclavos del sistema

Al igual que en la Tierra Media, nos enfrentamos a sistemas que buscan someter no solo los cuerpos, sino también las voluntades. Un mundo donde las cadenas son invisibles y, muchas veces, autoimpuestas; donde la vigilancia es aceptada como necesaria, y la resistencia parece fútil.

Los orcos de Sauron son seres deshumanizados, forzados a servir sin plena conciencia de su esclavitud. De manera similar, en el mundo real, muchas personas viven atrapadas en un ciclo de autoesclavitud sin ser conscientes de ello. La supuesta libertad que nos vende el mundo moderno no es más que autoesclavitud ya que si bien no tenemos cadenas o labores forzadas si bien que tenemos un apego impresionante por el placer y un rechazo exacerbado por lo que no nos de esto, llámese pareja, familia, comida, etc. Lo que quiero decir con ello es que la sociedad actual no concibe el dolor, la frustración, como parte natural de la vidad y que brinda caracter, y al rechazar esto convierte a los individuos en seres blandegues incapaces de enfrentar la realidad y en seres cobardes que solo huyen ante la menor pizca de adversidad. La civilización actual, en su búsqueda de placer perpetuo y distracción constante, alimenta un “Sauron contemporáneo” —ya sea el globalismo, el consumismo o cualquier forma de poder que controle nuestra realidad— consolidando su dominio gracias a nuestra enajenación. Esta enajenación puede tomar muchas formas: desde las redes sociales que nos mantienen atrapados en un consumo interminable, hasta la constante búsqueda de gozo inmediato (relaciones pasajeras por mencionar un ejemplo), que nos desvía de nuestra verdadera dimensión espiritual. Cómo dice Gonzalo Rodríguez, espiritualmente hablando, “la vida moderna le corta lo huevos los individudos y en ese sentido estos quedan desarmado frente a las contingencias del mundo y es que la única fortaleza interior que permite al individuo sobreponerse a cualquier contingencia del mundo es la dimensión espiritual, metafísica y teológica de las cosas”. Al igual que los orcos, que son reducidos a meras herramientas de producción en las fábricas de Mordor (o carne de cañón para la guerra de este), hoy en día muchas personas son deshumanizadas por sistemas que las convierten en piezas de un engranaje sin alma, olvidando que hay una verdad trascendental más allá de lo superficial y efímero. La sofisticación del control humano en la actualidad es, de alguna manera, el sueño húmedo de Sauron.

6. Propaganda y miedo

Saruman, aliado de Sauron, utilizaba el engaño y el miedo como herramientas para controlar a las masas. En la actualidad, el miedo es una poderosa herramienta de manipulación, amplificada por los medios de comunicación masivos que están bajo el control de ciertos grupos. Este miedo se exacerba mediante la exageración o invención de problemas como las pandemias o el llamado cambio climático, que, si bien son cuestiones que pudieran ser legítimas (o medianamente legítimas), son utilizadas por ciertos grupos para sembrar pánico. Este pánico, a su vez, facilita la aceptación de medidas de control por parte de la sociedad.

Las guerras digitales son los métodos de control en la era contemporánea, y en sus formas más sofisticadas, reflejan con exactitud lo que habría salido de la mente de Sauron. Al igual que él diseñaba sus estrategias de opresión y control en la oscuridad, el poder contemporáneo se maneja en las sombras de los algoritmos, las cámaras de eco y las campañas de desinformación. Si Sauron estuviera entre nosotros, seguramente hubiera encontrado en las plataformas digitales y las redes sociales el terreno perfecto para ejecutar sus planes.

7. El sueño de la inmortalidad

Sauron anhelaba trascender, alcanzar un poder absoluto más allá de las capacidades que le fuero dadas, pero su ambición solo trajo destrucción. En su afán por dominar, creó la Barad-dûr, una torre que simbolizaba su dominio total y la manipulación de todo ser vivo. Este deseo trascender y superar los límites no es exclusivo de Sauron. Hoy en día hay humanos obsesionados con superar esos mismos límites y una trasendencia creada -incluso hay un libro que deja muy claro esto, Home Deus–. Desde la búsqueda de la inmortalidad a través de la nanotecnología, hasta los avances tecnológicos que prometen llevar la mente humana más allá de su naturaleza biológica, desdibujando los límites de lo que significa ser humano.

El transhumanismo, promovido por figuras como Yuval Noah Harari, Ray Kurzweil y Elon Musk, parte de una visión fundamental: la idea de que el ser humano es una máquina defectuosa, imperfecta, y que debe ser “mejorada” o “reparada” por la tecnología. Harari, en particular, señala que la biología humana debe ser rediseñada para adaptarse a los retos del futuro, proponiendo una visión donde los humanos y las máquinas se fusionen. Sin embargo, esta perspectiva está impregnada de una profunda soberbia: el rechazo de lo que el ser humano es por naturaleza y la creencia de que podemos, por medios puramente materiales, fabricar un ser humano “mejor”. Esta visión no solo es ingenua, sino profundamente luciferina, o Sauronica, pues comparte el mismo anhelo de trascendencia mal dirigida que llevó a Mairon a corromperse y convertirse en el segundo Señor Oscuro, es decir, Sauron.

Estos grupos, en su intento de jugar a ser dioses, no entienden que la verdadera creación proviene del “Fuego Imperecedero”, ese don divino que solo Ilúvatar (Dios) posee. En su lugar, terminan construyendo parodias ridículas y rotas de la creación, imitaciones huecas y deformadas que carecen de vida verdadera. De manera similar, su visión de trascendencia resulta en una grotesca parodia de la tradición católica: mientras esta última busca la redención y la perfección del ser humano a través de la gracia y la unión con Dios, el transhumanismo propone una salvación artificial que inevitablemente termina en esclavitud y deshumanización.

Como Sauron, estos promotores del transhumanismo no pueden crear vida, solo deformarla. No tienen el “Fuego Imperecedero” que da vida y propósito, sino herramientas que solo sirven para controlar, manipular y despojar al ser humano de su dignidad. La inteligencia artificial, la manipulación genética y la fusión hombre-máquina no nos llevan a una nueva era de libertad, sino a una versión moderna de Mordor: un mundo donde el ser humano es reducido a un engranaje más en la maquinaria del poder.

Al igual que Sauron, estos líderes tecnológicos, en su afán por trascender, solo reflejan su incapacidad para comprender la verdadera naturaleza del ser humano: una criatura creada con un propósito divino, con alma y espíritu, y destinada a algo más alto que lo material. En su soberbia, terminan replicando las acciones de Sauron, construyendo torres de poder tecnológico que no iluminan, sino que consumen, destruyen y esclavizan.