"Por encima de todo, no te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir entre la verdad dentro de él, o alrededor de él, y así pierde todo el respeto para sí y para otros. Y no teniendo respeto deja de amar, y para ocuparse y distraerse sin amor se deja llevar por pasiones y placeres vulgares, y se hunde en la bestialidad, en sus vicios, todo por mentiras continuas a los demás hombres y a sí mismo. El hombre que se miente a sí mismo puede ofenderse más fácilmente que cualquier otro. Sabes que a veces es muy agradable ofenderse, ¿no? Un hombre puede saber que nadie lo ha insultado, pero que él mismo ha inventado el insulto, ha mentido y exagerado para hacerlo pintoresco, se ha aferrado a una palabra y ha hecho una montaña de un grano de arena; él mismo lo sabe, pero lo hará. Sea el primero en ofenderse y se deleitará con su resentimiento hasta sentir un gran placer en él, y así pasará a una genuina venganza."
Fiódor Dostoievski, Los hermanos Karamazov
En Los hermanos Karamazov, Fiódor Dostoievski describe con una precisión inquietante el abismo al que conduce el autoengaño: “Por encima de todo, no te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo […] se hunde en la bestialidad, en sus vicios, todo por mentiras continuas a los demás hombres y a sí mismo.” Este pasaje, lejos de ser un juicio moral superficial, expone una verdad trascendental sobre la naturaleza humana: la mentira, especialmente la dirigida hacia uno mismo, no solo nubla la percepción de la realidad, sino que destruye la capacidad de amar, de respetar y de vivir con plenitud.
En nuestro mundo contemporáneo, esta reflexión resuena profundamente. Muchas personas, cegadas por narrativas culturales romantizadas, terminan atrapadas en relaciones tóxicas que perpetúan un ciclo de sufrimiento. Existe una fascinación casi enfermiza por la figura del salvador: la creencia de que podemos rescatar a otro de su propia ruina emocional, que nuestro amor o sacrificio será suficiente para sanar lo que el otro no quiere o no puede enfrentar. La cultura popular, a través de innumerables relatos de antihéroes y amores pasionales, ha sembrado en la mente colectiva un mito pernicioso.
Sin embargo, este fenómeno no se limita a las relaciones personales. También se manifiesta en nuestra vida profesional, donde nos mentimos sobre nuestras ambiciones y conformismos. Nos convencemos de que permanecer en un trabajo sin propósito es “lógico”, o que perseguir un sueño auténtico es demasiado arriesgado. Nos refugiamos en “experiencias” vacías que ofrecen una satisfacción momentánea pero no contribuyen al crecimiento o la trascendencia. En lugar de enfrentar el vacío existencial, lo llenamos con distracciones que, lejos de ayudarnos, nos sumergen más en una vida hueca.
Dostoievski también aborda cómo el autoengaño nos afecta en nuestra percepción del mundo: “El hombre que se miente a sí mismo puede ofenderse más fácilmente que cualquier otro. […] Y se deleitará con su resentimiento hasta sentir un gran placer en él.” Nos aferramos al agravio porque es más fácil regodearnos en el resentimiento que enfrentarnos a nuestras propias falencias. Esta actitud no solo nos aleja de los demás, sino también de nuestros sueños y aspiraciones más genuinas, condenándonos a una existencia sin dirección.
Salir de esta espiral de miserias exige un acto de valentía: dejar de mentirnos. Implica enfrentar nuestras sombras con honestidad, reconocer las verdades que hemos negado y elegir la libertad que viene con la autenticidad. Esto no es fácil, pero es necesario. Como el pasaje de Dostoievski sugiere, solo al abrazar la verdad podemos redescubrir el respeto, el amor y una vida con sentido.
La mentira, en cualquiera de sus formas, nos deshumaniza. Nos arrastra hacia placeres superficiales, vicios destructivos y una existencia vacía. Pero la verdad, aunque dolorosa, nos libera. Nos invita a construir relaciones sanas, a vivir con integridad y a encontrar una paz que no puede ser arrebatada por las tormentas externas. Quizá sea hora de dejar de lado las mentiras que nos contamos y comenzar a vivir con la verdad como nuestro único norte.
Pero ya para finalizar debes saber que esa verdad última, que da sentido a nuestras vidas, no es una verdad relativa ni cambiante, sino una verdad trascendental: Dios. Solo bajo su guía podremos encontrar el propósito, la paz y el amor que tanto anhelamos, porque la verdad es Él, y a través de Él, podemos finalmente vivir con la libertad plena que nos corresponde, porque como Jesús dijo “la verdad los hará libres… y Yo soy la verdad”.