La canción “I bambini fanno oh” de Giuseppe Povia nos recuerda la capacidad de los niños para maravillarse ante lo cotidiano. Ese “oh” que exhalan frente a una flor, una estrella o una hoja no es solo sorpresa; es el reflejo de un alma abierta al asombro, a la belleza simple del mundo. Los adultos, atrapados en la rutina y la familiaridad, perdemos esta capacidad y con ello algo esencial: el deseo de explorar, la conexión con el presente y la gratitud por la vida. Dejamos de escuchar el canto de los pájaros, de sentir el viento en la piel o de ver lo extraordinario en lo ordinario.
Chesterton nos enseña que los sentidos corporales no son meramente biológicos, sino ventanas al alma, y que redescubrir el mundo como un niño es recuperar el verdadero sentido de vivir. Un niño es un explorador incanzable de la vida y si un adulto quiere volver a vivir debería recuperar ese espíritu. y es que con el paso de los años nos volvemos escépticos y perdemos esa inocencia de quien busca la verdad.
Para lograr recuperar el verdadero sentido de vivir Chesterton hace una invitación simple: detente, mira, siente, y deja que el mundo te sorprenda. Povia y Chesterton coinciden en algo esencial: el secreto de una vida plena, en parte, está en recuperar ese “oh”, en redescubrir que la existencia misma es un milagro digno de asombro.
También nos habla de la necesidad de desarrollar el sentido sobrenatural, es decir, esa capacidad de ver algo más profundo detrás de cada cosa que nos rodea. Para él, cada flor que el niño observa maravillado es más que pétalos y colores; es un reflejo de la mano creadora que la hizo. Recuperar este sentido no significa abandonar la razón, sino integrarla con una fe que nos permita ver lo invisible en lo visible y redescubrir que detrás de lo más cotidiano hay un misterio divino.
El sentido crítico es otro de los regalos que Chesterton promueve: la capacidad de pensar profundamente sobre lo que nos asombra. Pero este sentido no debe nublarse con cinismo; al contrario, el pensamiento crítico bien empleado ilumina y profundiza la maravilla. Como los niños que preguntan insaciablemente “¿por qué?”, nosotros también deberíamos cuestionar el mundo con una mezcla de curiosidad y respeto, buscando respuestas sin perder la capacidad de admirar lo que aún no entendemos.
Otro de los sentidos chestertonianos es el sentido común. En un mundo que complica las cosas con teorías y abstracciones, el sentido común nos recuerda lo esencial qué es tener un instinto de la verdad en combinación de la experiencia y del instinto. Chesterton diría que es como el niño que acepta que un árbol es un árbol y se maravilla con él, sin necesitar un tratado filosófico para admirarlo. En este sentido, redescubrir la vida con sencillez es un acto de resistencia frente a un mundo que lo complica todo.
Por último, el sentido del humor. Para Chesterton el sentido del humor es como el sentido común pero bailando. Él creía que el sentido del humor es sanador y sobre todo ante las crisis. Para él el sentido del humor no era una frivolidad, sino una virtud. El niño que suelta una carcajada ante un pequeño error nos enseña que reírnos de nosotros mismos no nos hace menos profundos, sino más humanos. El humor, como el asombro, nos aligera la carga y nos permite caminar por la vida con el corazón abierto.
Povia y Chesterton convergen en una gran verdad: vivir con todos los sentidos despiertos —desde lo corporal hasta lo espiritual, desde la reflexión hasta la risa— es la única manera de vivir plenamente. Recuperar el “oh” de los niños no es volver atrás, es avanzar hacia una vida que no solo se vive, sino que se celebra.