El arte oscuro de manipular la realidad con palabras

Recientemente vi una entrevista hecha a Peter Thiel en la que él menciona que la “ciencia” es más dogmática que la Iglesia Católica del siglo XVII. En términos generales, coincido con Thiel, pero creo que la manera en que lo expresó no es la más adecuada. Por un lado, la palabra “dogmática” hoy en día tiene un significado muy distinto al original. Aunque ahora se asocia con algo rígido, inflexible e incluso intolerante, originalmente “dogma” proviene del griego dógma, que significa “creencia”.

Permítanme hacer énfasis en otro punto clave: si aceptamos que la ciencia es “dogmática” en el sentido moderno de la palabra, entonces ya no es ciencia, sino cientificismo: un sistema de creencias que, bajo el disfraz de la ciencia, impone reglas sin la flexibilidad del conocimiento verdadero. Esto es relevante porque la palabra “ciencia” proviene del latín scientia, que significa “conocimiento”. La ciencia no deja de ser ciencia solo porque un grupo de personas que se consideran científicas determinen arbitrariamente lo que es válido o no.

Si analizamos y parafraseamos lo dicho por Thiel, podríamos decir que él dijo lo siguiente: “el conocimiento se ha vuelto más creencia”, lo cual es una paradoja o un oxímoron, o es conocimiento o es creencia.

Pero sabemos que Thiel no se refería a ese concepto original de dogma si no a la concepción moderna como inflexible, intolerante, etc. Entonces, si parafraseamos nuevamente con base a este significado modernode dogma entonces tenemos la siguiente frase: “el conocimiento es inflexible”, y pues pudieramos estar medio de acuerdo o no con ello, por un lado hay contextos en que tenemos suficiente conocimiento como para ser inflexibles con otras interpretaciones de algo, pero por otro lado no ya que el conocimiento está en constante evolución.

El punto es que este análisis no solo demuestra un error en la articulación de Thiel, sino que también ilustra cómo el lenguaje influye profundamente en nuestra comprensión del mundo y en nuestras acciones. Un mal uso del lenguaje puede llevar a mensajes contradictorios o a la aceptación pasiva de ideas distorsionadas.

Aquí es donde es relevante reflexionar sobre las advertencias de George Orwell. En su obra 1984, Orwell mostró cómo un régimen totalitario utilizaba el lenguaje, a través del Newspeak (neolengua), para restringir la capacidad de pensamiento y anular cualquier forma de disidencia. La idea era que al simplificar y distorsionar el idioma, ciertas ideas se volvían literalmente impensables. Cuando las palabras para describir conceptos como “libertad” y “verdad” desaparecen, también desaparece la posibilidad de concebir estos ideales.

En su ensayo “La política y el lenguaje inglés”, Orwell argumentó que un lenguaje deteriorado lleva al pensamiento deteriorado. El uso de eufemismos y frases vacías no solo oculta la verdad, sino que moldea nuestra percepción de la realidad, haciéndonos más susceptibles a aceptar distorsiones o mentiras sin cuestionarlas.

La manipulación del lenguaje para justificar acciones inmorales no es nueva. Mucho antes del ascenso del nazismo, ya había ejemplos que demostraban cómo se usaba el lenguaje para torcer la moral y la ética. Un caso notable es la publicación de Karl Binding y Alfred Hoche, Permitir la destrucción de una vida indigna de la vida (1920), un texto que argumentaba a favor de la eliminación de personas con discapacidades y condiciones consideradas “indignas”. Este tipo de lenguaje deshumanizador sembró las bases ideológicas que facilitarían más tarde políticas eugenésicas y exterminios masivos bajo el Tercer Reich.

Victor Klemperer, en su obra La lengua del Tercer Reich, expone cómo el régimen nazi transformó la lengua alemana en una herramienta de propaganda y control. Klemperer, filólogo sobreviviente del Holocausto, documentó cómo palabras y frases cotidianas se cargaron de connotaciones políticas que permeaban todos los aspectos de la vida. Expresiones como fanático y heroico se empleaban para glorificar la violencia, mientras que términos como limpieza y evacuación encubrían actos de exterminio.

Según Klemperer, el lenguaje no solo reflejaba las ideologías nazis, sino que las imponía y normalizaba. Esta distorsión creó un marco en el que la población aceptaba o ignoraba acciones atroces sin cuestionarlas. La repetición constante de expresiones propagandísticas erosionaba el pensamiento crítico y transformaba la percepción de la realidad.

En la actualidad, no estamos exentos de estos peligros. Las palabras se siguen usando como herramientas para moldear percepciones y silenciar disensos. Y lo más preocupante: nuestras aulas han dejado de enseñar cómo analizar y cuestionar el lenguaje de manera crítica. Sin estas herramientas, la sociedad se vuelve más vulnerable a aceptar versiones de la realidad que, aunque disfrazadas de objetividad, pueden esconder agendas y manipulaciones.

Es esencial recuperar el análisis crítico del lenguaje. Sólo así podremos identificar y resistir la programación sutil que puede influir en nuestras creencias y acciones.

Podrás pensar que en la actualidad estamos exentos de la manipulación del lenguaje, pero no es así. La manipulación del lenguaje en la actualidad sigue siendo un fenómeno poderoso y persistente, de cuya influencia pocos logran escapar. Los términos que utilizamos para describir la realidad no son inocentes; tienen el poder de moldear nuestras percepciones y de condicionar nuestras decisiones. Un ejemplo claro de esto es el uso de términos como “aborto”, una palabra que, en su forma simplificada, consigue desensibilizar a las personas sobre la realidad profunda que implica la acción de acabar con una vida humana. En lugar de enfrentar la gravedad del acto de asesinar, el lenguaje ha transformado este proceso en algo más neutral, y en algunos casos, incluso en algo que puede llegar a ser visto como positivo, dependiendo de las circunstancias.

El lenguaje no solo despoja al acto de su carga moral y ética, sino que también lo encierra en una caja de definiciones técnicas y términos despersonalizados. Al llamarlo simplemente “aborto”, se desvanece la noción de lo que realmente está sucediendo: la terminación de una vida. Esta suavización del lenguaje permite que se normalice algo profundamente controvertido, desdibujando la línea entre lo que se considera aceptable o no, según las narrativas sociales o políticas predominantes.

La gente a menudo afirma que, de haber vivido en la Alemania Nazi, jamás habrían sido cómplices de esas atrocidades. Sin embargo, no se dan cuenta de que, aunque hoy no vivimos en la misma Alemania Nazi, en muchos aspectos la situación actual es similar, e incluso más grave, y estamos siendo cómplices de manera silenciosa.

Esta manipulación del lenguaje no se limita a temas como el aborto, sino que está ocurriendo de manera sistemática en todos los niveles para fragmentar y dividir a la sociedad occidental. Al modificar el significado de términos (sea cual fuere), se diluye la esencia de lo que representan, lo que genera confusión y hace que la sociedad sea más vulnerable a las divisiones internas.

Orwell nos enseñó que cuando se manipula el lenguaje, también se manipula el pensamiento y, por ende, la acción. Esta reflexión nos alerta sobre la importancia de proteger la integridad del lenguaje y desarrollar un pensamiento crítico que nos permita cuestionar y resistir la programación sutil que puede imponerse a través de palabras cuidadosamente elegidas.

El lenguaje es más que palabras: es el vehículo de nuestra percepción y nuestra realidad. Desde tiempos antiguos, los líderes y pensadores han entendido que quien controla el lenguaje, controla el pensamiento. Pero en la era moderna, esta herramienta se ha afilado y ha alcanzado nuevas profundidades de influencia.

Cuando se cambian definiciones, se introducen eufemismos o se simplifican conceptos complejos, no solo se modifica el modo en que se expresan las ideas, sino que se reformula la manera en que una sociedad piensa y actúa. Esta manipulación sutil puede condicionar comportamientos, sembrar divisiones o consolidar poder. Palabras que antes evocaban reflexión pueden vaciarse de contenido o redefinirse para servir a agendas específicas.

¿El resultado? Una sociedad que reacciona en lugar de pensar, que repite consignas en lugar de dialogar, y que encuentra la verdad cada vez más fuera de su alcance. Comprender la manipulación del lenguaje es clave para recuperar la capacidad de razonar de forma independiente y discernir más allá del ruido.